Blas Moyano

(Autor: Rafael Muñoz Moreno. Revista Feria 1992)

El pintor Blas Moyano Rosauro es villarense, y esté donde esté, y pinte lo que pinte, siempre estará su Villa del Río y todo lo que pinta. No importa que esté, tantas veces lejos de su pueblo, Madrid, Galicia, Asturias. No importa. Él está en Villa del Río y su pueblo con él. Uno y otro se acompañan. El pintor lleva en los nidos del corazón y el sonido del oído de sus campanas, en los ojos su claridad. Su vida, toda su vida es un huerto de recuerdos villarenses, de canciones, de voces familiares, de plazuelas y de sus campos.

Para el pintor, Villa del Río permanece eternamente iluminado, de día por el sol, de noche por su Estrella.

Sensible, embriagado en su silencio, vive secretamente para el arte. Pinta más hacia dentro que fuera, con algo hondo de instinto, de raíz profunda o de subconciencias que aquieta el espíritu del espectador, consiguiendo que la eternidad del mundo se vuelva familiar.

Pintura colorista que oculta tras el cuadro su problema como el reloj oculta tras la esfera su maquinaria y el control del tiempo.

Su pintura retiene el paso de las horas buscando las grandes líneas de la geometría del tiempo. El color exactamente matizado, la luz difusa que satura el atardecer.

Todo es claridad sin contraste de sombras, desde el lila al azul se adormece el sentido para lograr una exaltación del ensueño y de la melancolía.

Un mutismo sin fondo anuncia lo que ocurre o lo que puede ocurrir de un momento a otro. Un silencio que tamiza los colores de esperanzas de la aurora.

Una submarinidad de azules exalta las rosas, una juventud de nido surge de los hogares, una pereza de sonidos se estancia en los patios.

Un río, unos árboles, un día, una hora determinada, un pájaro que repite su canción insistente.

Por que siempre canta el aroma de la naturaleza en sus lienzos.

Como se oye el rumor del agua o el sonido que produce el paso caliente del verano.

Es el dulce sosiego de tener contacto con la tierra llena de beneplácito. El vivir misteriosamente en zonas rurales, el sorber la luz intacta y los colores recién nacidos del entorno naturalista campesina, algo muy transparente y puro que logra aclarar el sentido de las cosas.

Toca en su planeta la melodía de gamas de un mundo crédulo y esperanzado, de otra clase de vida, de una entonación distinta. Es música que viene del color en íntima compenetración con la forma. Siempre brilla en su aparente simplicidad su profunda Estrella. Cada obra es un poema de luz diluida, de poesía.

Su arte es sensible, humilde, trabajado y de una sinceridad feroz.

Blas Moyano Rosauro es un caso insólito de artista salido de la entraña del pueblo y que, superado toda clase de dificultades, se encumbró en el campo del arte no sólo gracias a su tesón sino también de su talento, muchas de sus obras forman parte de grandes colecciones privadas, públicas, religiosas y oficiales, tanto nacionales como internacionales. Y por estas cualidades protagoniza parte de la historia de Villa del Río. Méritos suficientes de este maestro que fue distinguido profesionalmente con el título de Hijo Predilecto de Villa del Río.

Blas Moyano

( Autor: Paco Laguna. Revista Feria 1.992)

Este ilustre pintor, nació en nuestra Villa, el 25 de Julio del año 1913, festividad de Santiago, ni que decir tiene que, nació cuando el astro rey, de nuestra Andalucía, sacaba a los vecinos a las puertas, para de alguna manera refrescarse de aquellas altas temperaturas, que por regla general, atiza en este día.

Blas Moyano, es un pintor de una especial sangre caliente, por algo nació en esa fecha, sus calores vivos a apagados, tienen un denominador común, lo cálido y atrevido de sus mezclas. A Blas, se le podrán copiar sus colores, pero difícilmente el resultado de esa caliente y expresiva mezcla que, da su paleta y pincel, a su originales y bellos cuadros.

Sus mezclas son vivas y candentes, expresivas y armónicas, y sobre todo bastante costumbristas. Sus personajes, tanto de su pueblo, como de fuera de él, han sido inmortalizados, de una manera sencilla y agradable a la vista, porque dan un toque rural, muy de agradecer.

Al ser un hombre de pueblo, su expresión es espontánea, porque así lo vio de niño, cuando se capta toda la grandeza de la vida, para siempre.

Al nacer en el seno de una sencilla familia, pronto tuvo que trabajar, siendo colocado de botones, en el Casino de Villa del Río. Las revistas y periódicos caían en sus manos, fijándose en los dibujos y copiándolos, de forma espontánea.

Su sensibilidad artística, le llevó a tocar de oído, el piano que había en las dependencias del Casino.

Sus primeros dibujos son publicados a petición del telegrafista de Villa del Río, don Antonio Rodríguez, padre del célebre fotógrafo Ricardo, director del famoso “Arlequín”, que se editaba en Villa del Río.

El señor Rodríguez, le pedía dibujos para ilustrar los trabajos del periódico, despertando ya su definida afición a la pintura; siendo los amigos de Blas, los primeros en animarle para seguir pintando.

Por aquellas fechas, años (1.931-32), una convocatoria de dos becas, una para dibujo y pintura y otra para dibujo y escultura, por parte de la Exima. Diputación de Córdoba. Presentándose 412 opositores.

Los ejercicios duraron tres meses, y Blas Moyano que carecía de dinero para pagarse los viajes de ida vuelta a Córdoba, mientras duraba el concurso para hacerse con la beca, vendió un cuadro que representaba la cabeza de Cristo, por cinco pesetas.

De aquella promoción, saco el número uno el villarense Blas Moyano, y el número dos Francisco Adamuz Pérez, también de la provincia de Córdoba.

Ingresa por dos años en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, teniendo por profesor, a don Enrique Romero de Torres, hermano del célebre Julio, el de las mujeres morenas.

En sus idas y venidas a Córdoba, utilizaba los Transportes Ureñas, que de vez en cuando no le cobraban el billete de viaje, dada las escasas posibilidades económicas del joven pintor.

En agradecimiento a la empresa de transportes, le regala el cuadro con que había conseguido la citada beca. El cuadro era un bodegón, con varios objetos y un manojo de rábanos; por este motivo, le llamarían el pintor del rábano, para identificarle.

En el año 1934, viaja a Madrid, para realizar un curso de dos años, en la Escuela de Bellas Artes, ubicada en la calle Marqués de Cuba. Realizando los dos años, en un solo curso, a la vez el Servicio Militar, no perdió nuestro pintor el tiempo en la capital de España, al ingresar en el cuerpo de Sanidad, cumpliendo con la Patria y con la afición de pintar.

Terminados dichos estudios y servicio militar, el Ministerio de Instrucción Pública, le concede una beca, para realizar estudios superiores de pintura.

No le da tiempo de hacerse con ella, dado que aparece la negra sombra de nuestra guerra civil, cambiando los pinceles, por un fusil.

Al finalizar la contienda, está más que definido que lo suyo es pintar, siendo su carácter rebelde, el idóneo para no someterse a reglas y métodos de trabajo, ajenos a la creatividad.

Sus pinceles ágiles y creativos, han llevado al lienzo, tres de los géneros más representativos, dentro del mundo de la pintura: el retrato, el paisaje y el bodegón, convirtiéndose en un autodidacta, que nos lleva al campo y a la ciudad, al río y a la montaña; por algo nació en un Villa del Río, bañado por el Guadalquivir, y escoltado por la Sierra Morena, símbolos de grandeza de nuestra Andalucía, para todo aquel que, siente el perfil de la vida y del arte, para luego inmortalizarlo en los lienzos; esa claridad exclusiva de una luz y una vida cotidiana, que sólo se puede tener, si se convivió con ella de niño. Despertando una vocación apasionada, en el joven Blas Moyano, que nació pintor.

Sus murales también son una faceta, de su obra creadora, verdaderamente grandiosos y con unas técnicas exclusivas de su ingenio artístico, y que adornan muchas paredes, de lugares llenos de historia, dentro y fuera de nuestra Patria. Teniendo Villa del Río, como muestra de esta singular y personal obra, dos grandiosos murales, en las paredes de su Parroquia, para así recordar a las futuras generaciones, a un paisano que nació pintor, y dejo unas huellas imborrables en su lugar de nacimiento.

Blas Moyano, ha entrado por la puerta grande, de la historia de la pintura, y a medida que vayan pasando los años, ganará en actualidad y sobre todo en originalidad. Dado que sus “hombres de pueblo”, nos hablan de un pasado y un presente, llenos de luz y colorido.

La faceta de sus retratos, son de una armonía sorprendente, sus gentes llevadas al lienzo, en muchas ocasiones anónimos, están cariñosamente tratadas por las manos del pintor, que así las vio y así quiere que se les recuerde. Con sus sombreros de paja, con sus arrugas curtidas bajo un sol y una tierra, antigua y sabia, bañada por el viejo Betis, con unas frentes sudorosas, y unos rostros que, el tiempo se ha encargado de trabajar, para luego ser tratados por los pinceles de un pintor que quizás sea ésta su mayor virtud. Tratar con cariño a sus personajes.