Doña María Teresa de León y Cobo

(Francisco Pinilla Castro)
Fuente: Revista de Feria de 1997

Aún está en la memoria de muchos villarenses las formas de un singular panteón de piedra rojiza que se hallaba en la pared del fondo Norte del primer patio del cementerio Nuestra Señora de la Estrella, en que se podía leer en letras mayúsculas en una lápida gris la siguiente inscripción:


"A LA MEMORIA DE LA EXCMA. SRA. Dª MARIA TERESA DE LEÓN Y COBO NAVARRETE Y PRADO DE LEÓN, DAMA NOBLE DE LA REAL ORDEN DE MARIA LUISA QUE FALLECIÓ EN VILLA DEL RIO, A LOS VEINTE AÑOS DE EDAD, EL 19 DE DICIEMBRE DE 1858. TRIBUTA ESTE RECUERDO SU DESCONSOLADO ESPOSO. R.I.P."

¿Quién fue esta joven dama fallecida tan prematuramente?

La villarrense María Teresa de León y Cobo pertenecía a la más preclara aristocracia de la villa, era hija de los Ilustres Señores Don Pedro Antonio León Navarrete, Coronel del Caballería, Gentil Hombre de Cámara de S.M. con ejercicio, Caballero de la Militar Orden de Calatrava y de Dª Inés Cobo y Prado.
Fueron sus abuelos paternos Don Diego Antonio de León y González de Canales y Dª María Teresa Navarrete Valdivia, Marqueses de las Atalayuelas, y los maternos, Don Juan Antonio Muñoz Cobo Canales y Calleja y Dª Inés María García del Prado, Marqueses de Blanco Hermoso y Vizcondes de los Llanos.
A la joven aristócrata le sonreía la vida, pues a sus blasones y nobleza unía belleza, dinero y el amor del hijo de los Condes de Belascoaín y Vizcondes de Villarrobledo.
A los diez años contrajo matrimonio con este joven que se llamaba Antonio de León y Juez Sarmiento, Mayordomo de Semana de su Majestad, Maestrante de la Real de Valencia, hijo de los Exmos. Sres. Don Diego de León y Navarrete, Primera Conde de Belascoaín, Vizconde de Villarobledo, Caballero Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, de la de Isabel la Católica y de las igual clase de San Fernando y Laureada de la misma Orden, y condecorado con la de Guerra, Comendador del Gran Cordón de la Legión de Honor de Francia y Teniente General de los Ejércitos Nacionales, y de Dª María del Pilar Juez Sarmiento y Mollinedo, Dama de Honor de S.M. la Reyna y gran Cruz de la Orden de la Reyna Maria Luisa.
La boda se celebró el 22 de enero de 1857 en el domicilio de María Teresa, (la actual casa palacio propiedad de los Sres. Marqueses del Castillo del Valle de Sidueñas) y en ella se dieron cita lo más selecto de la aristocracia de Córdoba y Jaén.
Fueron testigos de la boda su padre político D. Diego de León y Navarrete, su tío Don Juan de la Cruz Mendoza y Cañaveral, Señor del Forchón, Caballero Maestrante de la Real de Granada y Marqués de Blanco Hermoso consorte por su matrimonio con Dª Ana Cobo y Prado (la hija mayor de D. Juan Antonio Muñoz Cobo), y su primo hermano Don Luis Mendoza Cobo, Caballero de la Real Maestranza de Granada, en representación del Excmo. Sr. Conde de Hornachuelos, Marqués de Paniagua, Gran Cruz de Carlos III y Maestrante de la Real de Sevilla.
La felicidad de la pareja apenas duró dos años, pues el 19 de Diciembre de 1858 y a los pocos días de dar a luz a su hijo, que apenas sobrevivió al parto, una dura pulmonía se la llevó de este mundo, dejando sumidos en el dolor y la desesperación al esposo y a sus padres.
Don Antonio de León, joven, viudo y sin descendencia, se marchó pronto de Villa del Río, pero antes erigió en memoria de su esposa y de su hijo el túmulo funerario que durante casi ciento cincuenta años los villarenses han contemplado en el ángulo izquierdo de la pared norte del cementerio.
En el año 1995, con motivo de la restauración y saneamiento de dicha pared, fue demolido, sus piedras destrozadas y arrojadas a la escombrera, sin que hasta ahora alguien haya podido dar una razón convincente del por qué este monumento funerario que pertenece a la misma época en que se construyó el cementerio y que había llegado hasta nosotros en excelente estado de conservación haya sido demolido.
Ignoro si alguno de sus familiares colaterales se han hecho cargo de los restos de la infortunada Dª Teresa y de su hijo, así la desgracia que truncó su vida a los veinte años se ha prolongado hasta después de su muerte negándole el reposo en el lugar que su esposo destinó para ella.

ENRIQUE SÁNCHEZ COLLADO

Nacío en Villa del Río (Córdoba) en 1974. Pintor.

En torno a la pintura de Enrique Sánchez Collado

(Bartolomé Delgado Cerrillo)
Fuente: Revista de Feria de 1997

Las civilizaciones se revelan más o menos abiertamente a través de sus realizaciones artísticas, que no solamente aspiran a un ideal supremo, sino que también proporcionan al completo las formas de vida, de ser y de sentir. El arte siempre se refiere a los productos del hombre; se trata de objetos que adquieren una existencia autónoma y permanecen ligados al estricto mundo de las ideas. En el multiforme y siempre profundo arte de Enrique Sánchez Collado, ocupan los retratos y bodegones un lugar preeminente y merece la pena destacar el esfuerzo del artista por captar el alma de sus modelos en los primeros -donde todo se utiliza como mero elemento al servicio de la figura humana- y la esencia de las cosas en los segundos.
Con cariño se detiene en detalles, en contrastes lineales, en minucias que demuestran su aptitud portentosa para retener la cosa en sí, a la que él concede el color, a veces caprichoso, pero gozándose en aplicarlo libremente. Posee este joven pintor villarrense una gran inquietud por captar el mundo de las cosas, aún de las más pequeñas. Dominado por un discreto y creativo realismo, permite a veces que las gotas de su fantasía se escancien sobre el lienzo, reproduciendo incluso sus propios lápices, pinceles y pinturas con nimiedad de detalles y esforzándose por retener los colores captados por su retina.
Que en pintura existe un determinismo regional, es algo que está fuera de toda duda. Por poner un ejemplo, Cézanne, a pesar de su racionalismo, no pudo escapar a su condición de hombre nacido en Aix-en-Provence, y sobre la raíz geométrica de sus cuadros, siempre flotó el cielo de su tierra natal. Enrique Sánchez, cuando pinta se siente un fiel ejemplo de la tierra que le vio nacer. Seguramente su pintura estará siempre determinada por el medio en que ha nacido, y esa es una herencia que ha recibido de tantos y tan geniales como Córdoba ha tenido. Con cariño se detienen en las figuras femeninas, estilizadas, unas de largos cabellos negros, otras recogidos en discretos tocados, apenas insinuados en la pintura, de mirada penetrante e inquisidora unas veces, otras -como en su maternidad- de mirada tierna, distante, perdida.
Por otra parte, en los bodegones ha sabido captar, de muy resuelta manera, la atmósfera y el espacio que envuelve los diversos frutos que figuran en las composiciones. En la misma línea, el rigor de su dibujo cede antes los contornos cromáticos de la geometría elemental con que aparecen definidos los elementos constitutivos de la obra. En este sentido, su pintura se sitúa en la órbita de los pintores venecianos del siglo XVI, que supieron anteponer los valores cromáticos en detrimento de la austeridad lineal de sus contemporáneos florentinos.
Enrique Sánchez no quiere pintar los hombres y las cosas desde la exactitud de una realidad externa, sus obras no son un espejo congelador de gestos y apariencias; lo que el artista persigue es la interpretación sensible, profunda y entrañable de ese aspecto exterior. A sus buenas maneras como dibujante hay que añadir su gran conocimiento del color y lo lanza sobre el lienzo como una lluvia fina que palpita de gotas de color. Y curiosamente, la frescura, la inocencia, la búsqueda de los sencillo y de lo puro aparece también trazada en sus lienzos. El pintor comenzó por el alma de las cosas, y este alma está en sus óleos, enseñándonos lo efímero de la floración del arte. Pero el pintor aspira a la vida. Si la nostalgia nos mata, la contemplación de la belleza humana nos reconforta. Al lado de este desnudo de las cosas, las figuras femeninas conservan algo de paraíso, que tienden a expresar el latido vital de esas figuras, sedentes, figuras que revelan una esencial cualidad, descuidada hoy muchas veces: el oficio, que no se aprende sino después de esfuerzos y auto análisis.
Demuestra en su obra una notable madurez, habiendo asimilado los recursos compositivos y cromáticos del gran maestro villarrense Pedro Bueno. Es precisamente en aquellas obras que se alejan manifiestamente de la manera del pintor de la Escuela de Madrid, donde Enrique Sánchez comienza a reflejar un estilo privativo o particular, que es, al cabo, el fin al que debe tener todo artista que busca su propio camino. Ante la contemplación de las obras de este joven pintor, se percibe un trabajo silencioso, de búsqueda y de afirmación de una manera propia y personal de sentir la pintura; no nos cabe duda de que en el futuro, dada su animosidad y buenas maneras, desde su importante compromiso respecto al arte, eclosionarán al completo las potencialidades de las que está dotado este artista.

El Fantasma de Atila

(Catalina Sánchez García)
Fuente: Revista de Feria de 1997

De Atila, rey de los hunos, se decía que por donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba.

Si a una los años y su modestísima cultura no la hubieran vuelto un tanto escéptica, creería a pie juntilla que desde hace cuarenta años, poco más o menos, a nuestros entrañables fantasmas locales (al del Castillo de la Aragonesa, al de la Calle la Estrella, al de la Casa del Tesoro, al de la Calle los Molinos, al de la Huerta del Solo, al de la Casa del "Asombro"...) se les había unido el de ATILA, porque no otra explicación racional tiene la sistemática destrucción que durante este tiempo se ha perpetrado (salvo honrosa excepción) con nuestro patrimonio histórico.
A las pruebas me remito:
- Milenarias Aceñas árabes: Destrucción parcial y abandono.
- Entorno del Castillo: Derribo del histórico molino de Santa Marta y mansión de los Fernández Castillejo-Cerezo.
- Capilla de Jesús: (antes San Roque). Sin comentarios.
- Puente de tres Ojos: Sepultado.
- Jardín del Lirio: ¿Dónde esta?
- Fachada de la Tercia: Parcialmente destrozada.
- Pozo de la Ermita: Sepultado.
- Pozo de la calle de la Estrella: Sepultado.
- Depósito de agua y árboles centenarios de la estación de Renfe: Destruidos los primeros y talados de raíz los segundos por los arboricidas.
- Fuentes públicas: Desaparecidas.
- Fachadas de casas solariegas de Calle las Aguas: Derribadas.
- Fachada del Cementerio. Sustituida por una especie de cajón con puerta cuya altura hace pensar que está diseñada para que la franqueen dinosaurios a vez de personas normales; pues, aunque afortunadamente las nuevas generaciones han aumentado de talla, todavía no he visto a ningún villarrense con cuatro metros.
- Monumento funerario de la pared norte del mismo, de los Marqueses de Blanco Hermoso. Derribado y sus piedras arrojadas a la escombrera.
- Chimenea de la Oleu: "A tomar viento a farola de Cádiz."
- Real Cárcel de la Aldea y Villa del Río con quinientos años de historia: También se la llevó la piqueta y fue sustituida por otro engendro.
- Fuente del Anzarino, cuatro veces centenaria: ¿Dónde está?

En las páginas de esta revista, año tras año, gentes amantes de la cultura y de la historia de nuestro pueblo han venido denunciando la incuria, abandono o destrucción de nuestro acervo artístico, histórico y urbanístico. Hoy quiero unir mi protesta a las suyas refiriéndome a las dos últimas reseñadas: la Cárcel Real y la Fuente del Anzarino.

Estoy segura que cuando asisten a una exposición de pintura, conferencia, cine, teatro o cualquier manifestación de índole cultural o educativa, de las que se celebran en al Casa de la Cultura, pocos jóvenes villarenses sabrán que pisan sobre el solar de lo que fue habitación de una doliente minoría: la Real Cárcel; y que la calle en que se ubica, (que desde el advenimiento de la democracia se llama Guadalquivir; Víctimas del Marxismo de 1939 a 1978; Sotomayor en 1927), durante más de tres centurias (yo la tengo documentada desde 1705) ostentó su genuino nombre: Cale de la Cárcel; aunque posiblemente sean bastantes más, puesto que su nombre indisolublemente está unido a la ubicación de la Real Cárcel.
Pero aunque sólo fueran los trescientos años documentados, me parece que es solera suficiente para que nuestros queridos ediles (pasados y presentes) se hubieran palpado las vestiduras antes de cambiar un nombre indisolublemente unido, como se ha dicho, a la historia de nuestro pueblo, aunque se refiera, eso sí, a la memoria menos grata de la misma. Conservar sólo los nombres y testimonios de las cosas amables tiene el riesgo de dejar la historia mutilada, (y así nos ha ido).
Me parece maravilloso que lo que fue Cárcel se transformase en Casa de la Cultura, (ojalá ocurriera lo mismo en todas las del planeta¡ Señal que de la humanidad se había por fin humanizado- valga la redundancia-) pero he dicho transformar, como se hizo con el Castillo, pero no destruir.
Cuentan que cuando el Obispo y Cabildo Catedralicio cordobés mostraron al Emperador Carlos V la flamante Catedral, construida dentro de la Gran Mezquita Aljama, (para cuya edificación hubo de derribar parte de la misma en contra del criterio del Consejo de Córdoba) en Monarca, consternado al contemplar la barbarie, no pudo menos que exclamar: "Habéis destrozado una cosa que era única en el mundo para construir lo que se puede encontrar en cualquier parte".
Y era cierto, pero el reconocerlo tardíamente no evitó el hecho consumado.
Parafraseando a Don Carlos, salvando las distancias, y aún sabiendo que ya no tiene remedio, yo también digo a quien corresponda: "Habéis destruido un edificio histórico para construir en su solar uno vulgar, que desde el punto de vista estético y urbanístico se da de bofetadas con el entorno.
¿Es que no había en Villa del Río casas y solares anodinos para construir la Casa de la Cultura, que había que cargarse un edificio tan importante de nuestra historia local como lo fue la Real Cárcel?"

En cuanto al segundo punto ¿qué se ha hecho del Prado de las Lagunas (propiedad del Ayuntamiento) donde se ubicaba el camino, lugar y Fuente del Anzarino?
Mi inquieta terriblemente la negligencia de haber dejado perder (¿o todavía es recuperable?), la querida, cuatro veces centenaria y emblemática, Fuente villarrense del Anzarino o Lanzarino (deformación de Nazareno), máxime cuando además del servicio que dio a la Aldea durante cuatrocientos años, estaba ubicada en otro lugar histórico de la misma; el de la Picota donde el Señor de la Aldea exhibía a los ajusticiados.
Mi tía-abuela Cesárea "la Vieja", y Rosario "la de Pesetas", ancianas en la década de los cuarenta, siempre que atravesaban el puente que hay debajo de la vía del ferrocarril, para ir a la fuente del Anzarino, se santiguaban. Como yo les acompañaba, les preguntaba que por qué lo hacían, y me respondían que por las almas de los hombres que allí habían muerto. Con las vivencias infantiles de mis siete y ocho años, yo interpretaba que aquellos hombres a los que ellas se referían habrían sido atropellados por el tren o tal vez cosidos a puñaladas, que eran las formas de muerte violenta (junto con ahogarse en el río o por fusilamiento), que yo conocía.
En esta creencia he estado hasta que he hallado documentos en los que se había de que en el Prado de las Lagunas, del Camino Real de la Aldea de Córdoba, estuvo instalada la Picota (en el montículo donde hoy se asienta el cortijo del Carmen). Cuando tuve estos papeles entre mis manos comprendía rápidamente que los hombres por los que rezaban aquellas venerables ancianas habían muerto en un Patíbulo y que este triste recuerdo había llegado a ellas de generación en generación por vía oral.
Así que aquél "chorro cristalino -cantarín y refrescante- alivio del caminante- que lo encentran en su camino", que dijo Salvador, nuestro juglar local, aliviaría la reseca garganta de los ajusticiados antes de que la soga se la destrozara.
Confortados por el llanto que mansamente fluía del venero, la silueta de la casita de la Fuente, y sus umbrosas moreras sería la última visión que contemplaran sus doloridos ojos antes de posarse en los verdes prados del Señor.
Y a nosotros, y a los que nos sucedan ¿qué nos queda para contemplar?
Ojalá que esta denuncia, junto con las que han precedido, sirva para que todos tomemos conciencia de las raíces que nuestra historia y se ponga coto, de una vez por todas, a la destrucción de los escasos referenciales históricos, arquitectónicos y urbanísticos que nos han quedado.
Sueño con desterrar el fantasma de Atila y que un día no muy lejano, villarenses jóvenes y menos jóvenes vuelvan a transitar por el camino del Anzarino, bajo el puente de ferrocarril a solazarse en una recuperada Fuente rodeada de árboles y que tengan un piados recuerdo tanto para los que la erigieron como para los fuenteros y los que junto a ella murieron.