Nacío en Villa del Río (Córdoba) en 1974. Pintor.
En torno a la pintura de Enrique Sánchez Collado
(Bartolomé Delgado Cerrillo)
Fuente: Revista de Feria de 1997
Las civilizaciones se revelan más o menos abiertamente a través de sus realizaciones artísticas, que no solamente aspiran a un ideal supremo, sino que también proporcionan al completo las formas de vida, de ser y de sentir. El arte siempre se refiere a los productos del hombre; se trata de objetos que adquieren una existencia autónoma y permanecen ligados al estricto mundo de las ideas. En el multiforme y siempre profundo arte de Enrique Sánchez Collado, ocupan los retratos y bodegones un lugar preeminente y merece la pena destacar el esfuerzo del artista por captar el alma de sus modelos en los primeros -donde todo se utiliza como mero elemento al servicio de la figura humana- y la esencia de las cosas en los segundos.
Con cariño se detiene en detalles, en contrastes lineales, en minucias que demuestran su aptitud portentosa para retener la cosa en sí, a la que él concede el color, a veces caprichoso, pero gozándose en aplicarlo libremente. Posee este joven pintor villarrense una gran inquietud por captar el mundo de las cosas, aún de las más pequeñas. Dominado por un discreto y creativo realismo, permite a veces que las gotas de su fantasía se escancien sobre el lienzo, reproduciendo incluso sus propios lápices, pinceles y pinturas con nimiedad de detalles y esforzándose por retener los colores captados por su retina.
Que en pintura existe un determinismo regional, es algo que está fuera de toda duda. Por poner un ejemplo, Cézanne, a pesar de su racionalismo, no pudo escapar a su condición de hombre nacido en Aix-en-Provence, y sobre la raíz geométrica de sus cuadros, siempre flotó el cielo de su tierra natal. Enrique Sánchez, cuando pinta se siente un fiel ejemplo de la tierra que le vio nacer. Seguramente su pintura estará siempre determinada por el medio en que ha nacido, y esa es una herencia que ha recibido de tantos y tan geniales como Córdoba ha tenido. Con cariño se detienen en las figuras femeninas, estilizadas, unas de largos cabellos negros, otras recogidos en discretos tocados, apenas insinuados en la pintura, de mirada penetrante e inquisidora unas veces, otras -como en su maternidad- de mirada tierna, distante, perdida.
Por otra parte, en los bodegones ha sabido captar, de muy resuelta manera, la atmósfera y el espacio que envuelve los diversos frutos que figuran en las composiciones. En la misma línea, el rigor de su dibujo cede antes los contornos cromáticos de la geometría elemental con que aparecen definidos los elementos constitutivos de la obra. En este sentido, su pintura se sitúa en la órbita de los pintores venecianos del siglo XVI, que supieron anteponer los valores cromáticos en detrimento de la austeridad lineal de sus contemporáneos florentinos.
Enrique Sánchez no quiere pintar los hombres y las cosas desde la exactitud de una realidad externa, sus obras no son un espejo congelador de gestos y apariencias; lo que el artista persigue es la interpretación sensible, profunda y entrañable de ese aspecto exterior. A sus buenas maneras como dibujante hay que añadir su gran conocimiento del color y lo lanza sobre el lienzo como una lluvia fina que palpita de gotas de color. Y curiosamente, la frescura, la inocencia, la búsqueda de los sencillo y de lo puro aparece también trazada en sus lienzos. El pintor comenzó por el alma de las cosas, y este alma está en sus óleos, enseñándonos lo efímero de la floración del arte. Pero el pintor aspira a la vida. Si la nostalgia nos mata, la contemplación de la belleza humana nos reconforta. Al lado de este desnudo de las cosas, las figuras femeninas conservan algo de paraíso, que tienden a expresar el latido vital de esas figuras, sedentes, figuras que revelan una esencial cualidad, descuidada hoy muchas veces: el oficio, que no se aprende sino después de esfuerzos y auto análisis.
Demuestra en su obra una notable madurez, habiendo asimilado los recursos compositivos y cromáticos del gran maestro villarrense Pedro Bueno. Es precisamente en aquellas obras que se alejan manifiestamente de la manera del pintor de la Escuela de Madrid, donde Enrique Sánchez comienza a reflejar un estilo privativo o particular, que es, al cabo, el fin al que debe tener todo artista que busca su propio camino. Ante la contemplación de las obras de este joven pintor, se percibe un trabajo silencioso, de búsqueda y de afirmación de una manera propia y personal de sentir la pintura; no nos cabe duda de que en el futuro, dada su animosidad y buenas maneras, desde su importante compromiso respecto al arte, eclosionarán al completo las potencialidades de las que está dotado este artista.
En torno a la pintura de Enrique Sánchez Collado
(Bartolomé Delgado Cerrillo)
Fuente: Revista de Feria de 1997
Las civilizaciones se revelan más o menos abiertamente a través de sus realizaciones artísticas, que no solamente aspiran a un ideal supremo, sino que también proporcionan al completo las formas de vida, de ser y de sentir. El arte siempre se refiere a los productos del hombre; se trata de objetos que adquieren una existencia autónoma y permanecen ligados al estricto mundo de las ideas. En el multiforme y siempre profundo arte de Enrique Sánchez Collado, ocupan los retratos y bodegones un lugar preeminente y merece la pena destacar el esfuerzo del artista por captar el alma de sus modelos en los primeros -donde todo se utiliza como mero elemento al servicio de la figura humana- y la esencia de las cosas en los segundos.
Con cariño se detiene en detalles, en contrastes lineales, en minucias que demuestran su aptitud portentosa para retener la cosa en sí, a la que él concede el color, a veces caprichoso, pero gozándose en aplicarlo libremente. Posee este joven pintor villarrense una gran inquietud por captar el mundo de las cosas, aún de las más pequeñas. Dominado por un discreto y creativo realismo, permite a veces que las gotas de su fantasía se escancien sobre el lienzo, reproduciendo incluso sus propios lápices, pinceles y pinturas con nimiedad de detalles y esforzándose por retener los colores captados por su retina.
Que en pintura existe un determinismo regional, es algo que está fuera de toda duda. Por poner un ejemplo, Cézanne, a pesar de su racionalismo, no pudo escapar a su condición de hombre nacido en Aix-en-Provence, y sobre la raíz geométrica de sus cuadros, siempre flotó el cielo de su tierra natal. Enrique Sánchez, cuando pinta se siente un fiel ejemplo de la tierra que le vio nacer. Seguramente su pintura estará siempre determinada por el medio en que ha nacido, y esa es una herencia que ha recibido de tantos y tan geniales como Córdoba ha tenido. Con cariño se detienen en las figuras femeninas, estilizadas, unas de largos cabellos negros, otras recogidos en discretos tocados, apenas insinuados en la pintura, de mirada penetrante e inquisidora unas veces, otras -como en su maternidad- de mirada tierna, distante, perdida.
Por otra parte, en los bodegones ha sabido captar, de muy resuelta manera, la atmósfera y el espacio que envuelve los diversos frutos que figuran en las composiciones. En la misma línea, el rigor de su dibujo cede antes los contornos cromáticos de la geometría elemental con que aparecen definidos los elementos constitutivos de la obra. En este sentido, su pintura se sitúa en la órbita de los pintores venecianos del siglo XVI, que supieron anteponer los valores cromáticos en detrimento de la austeridad lineal de sus contemporáneos florentinos.
Enrique Sánchez no quiere pintar los hombres y las cosas desde la exactitud de una realidad externa, sus obras no son un espejo congelador de gestos y apariencias; lo que el artista persigue es la interpretación sensible, profunda y entrañable de ese aspecto exterior. A sus buenas maneras como dibujante hay que añadir su gran conocimiento del color y lo lanza sobre el lienzo como una lluvia fina que palpita de gotas de color. Y curiosamente, la frescura, la inocencia, la búsqueda de los sencillo y de lo puro aparece también trazada en sus lienzos. El pintor comenzó por el alma de las cosas, y este alma está en sus óleos, enseñándonos lo efímero de la floración del arte. Pero el pintor aspira a la vida. Si la nostalgia nos mata, la contemplación de la belleza humana nos reconforta. Al lado de este desnudo de las cosas, las figuras femeninas conservan algo de paraíso, que tienden a expresar el latido vital de esas figuras, sedentes, figuras que revelan una esencial cualidad, descuidada hoy muchas veces: el oficio, que no se aprende sino después de esfuerzos y auto análisis.
Demuestra en su obra una notable madurez, habiendo asimilado los recursos compositivos y cromáticos del gran maestro villarrense Pedro Bueno. Es precisamente en aquellas obras que se alejan manifiestamente de la manera del pintor de la Escuela de Madrid, donde Enrique Sánchez comienza a reflejar un estilo privativo o particular, que es, al cabo, el fin al que debe tener todo artista que busca su propio camino. Ante la contemplación de las obras de este joven pintor, se percibe un trabajo silencioso, de búsqueda y de afirmación de una manera propia y personal de sentir la pintura; no nos cabe duda de que en el futuro, dada su animosidad y buenas maneras, desde su importante compromiso respecto al arte, eclosionarán al completo las potencialidades de las que está dotado este artista.