José Luis de Lope: «Ha faltado orden urbano»
Arquitecto de la Mezquita de Pedro Abad y de media docena de hoteles de Córdoba, repasa severamente alguna de las actuaciones urbanas más polémicas de las últimas décadas
aris moreno / córdoba
Día 10/06/2012
José Luis de Lope y López de Rego, el pasado miércoles, en el estudio de su vivienda
De su mesa de trabajo han salido casi 2.000 proyectos de arquitectura, la mayor parte de ellos en Córdoba, pero también en Jaén, Almería, Granada, Madrid o Toledo. Su obra más reseñable, por su evidente visibilidad, es la Mezquita ahmedía de Pedro Abad. Pero ha sido prolífico en edificios de todo porte, particularmente hoteles, como el Hesperia, Alfaros o Conquistador. Su debilidad vocacional, sin embargo, ha sido el urbanismo, la concepción integral de la ciudad, pero el sentido práctico lo condujo a la arquitectura como medio económico de vida.
—Las ciudades y pueblos han estado desestructuradas, sin orden. Y ha hecho falta que un arquitecto pusiera orden.
—Falta racionalidad urbana.
—Muchísima. En las ciudades, se han colocado las cosas como Dios ha querido. Se colocaba la Iglesia, en frente el Ayuntamiento y luego llegaba el señor rico y colocaba su casa. Por eso han funcionado tan mal y han sido causa de las enormes pestes de la edad media.
—¿Y hemos dominado ya el caos?
—Existe ya teoría suficiente para controlarlo. Otra cosa es que queramos. En Córdoba, la teoría dice que debe haber centros comerciales de ciudad y otros de barrio. Y el barrio, a su vez, debe tener equipamientos de todo tipo. Si analizamos barrio a barrio faltarían muchas cosas.
—¿Córdoba es una ciudad de calidad?
—Arquitectónicamente hablando, sí. Hemos heredado su urbanismo y luego se hicieron los ensanches, como la Calle Nueva o Cruz Conde, que no han obedecido a la teoría urbanística. El resultado, con todo, es positivo.
La arquitectura le vino de forma natural a José Luis de Lope y López de Rego (Villa del Río, 1944). Tanto que con tan sólo siete años ya le pidió a sus padres un juego de módulos para ensamblar edificios y se pasaba las tardes repellando agujeros en el patio de su casa. Pronto el lápiz se convirtió en una más de sus extremidades. Por eso, no dudó un instante cuando tuvo que elegir especialidad universitaria. Cursó estudios en Sevilla y Madrid, y nada más licenciarse ingresó en el Ministerio de Vivienda. En 1971 regresó a Córdoba, «que entonces era un pueblo grande», y, aparte de su trabajo en la administración pública, abre despacho propio como arquitecto.
—¿Hay que librarse de los arquitectos estrella?
—Usted me pregunta por eso y pienso en el Palacio de Congresos. Me parece bien que se haga un concurso internacional, pero que no haya ningún cordobés me parece muy mal. Cuando hice el Hesperia presenté un proyecto racionalista modernísimo que no tenía nada que envidiar a Koolhaas. Pero los americanos querían un edificio de estilo regionalista andaluz porque es lo que deseaban ver sus clientes de Orleans y Nueva Florida, así que tuve que modificar el proyecto. En las próximas elecciones municipales vamos a proponer a un alcalde sueco fantástico. Eso es lo que hacemos con los arquitectos.
—A usted no le parece bien traer arquitectos de fuera.
—En absoluto. Aquí tenemos arquitectos magníficos.
—Dígame tres nombres.
—No quiero dar nombres. Tendría que dar once o doce y no quiero dejar a nadie fuera. La arquitectura de Córdoba es muy buena. Aquí hemos tenido a don Rafael de la Hoz y a Félix Hernández.
—El laberinto del Palacio del Sur, ¿qué le provoca: asombro o melancolía?
—Ni asombro ni melancolía. El edificio me parecía una megalomanía en el centro de un barrio modesto y humilde. Una aberración.
—¿Qué desatino arquitectónico no soporta de Córdoba?
—Me parece una grosería el tratamiento que se ha dado en un sitio tan paradigmático al antiguo Córdoba Palace. Eso es de pena.
—Hubiera preferido la Torre Prasa.
—Aquí en Córdoba hay un principio sobre la altura, que debe ser de dos plantas y no debemos subir nada más. A esos les diría que se den una vuelta por el mundo. La Torre Prasa hubiera sido un elemento simbólico. Si la haces bonita haces una preciosidad de torre: emblemática y singular.
—¿Qué perdimos con la Torre Prasa?
—Habernos incorporado a la arquitectura europea actual. En todos lados se están haciendo edificios altos. ¿Por qué en Córdoba no?
—En urbanismo, ¿qué alcalde ha mirado más lejos que los demás?
—Para mí, Cruz Conde. Se hicieron muchísimas cosas en Córdoba. El Parque Cruz Conde, por ejemplo. O la ampliación de La Victoria. Y consiguió el Puente de San Rafael de su cuñado el conde de Vallellano, ministro de Obras Públicas. ¿Qué alcalde ha conseguido un puente de esa categoría?
—¿Córdoba es una ciudad con demasiado pasado y poco futuro?
—Nunca una ciudad tiene demasiado pasado. Pero las ciudades tienen el futuro que sus habitantes quieren. En Londres hay diez mil peñas científicas y cuando llegan a conclusiones se las llevan al Ayuntamiento. Los catalanes también se reúnen políticamente y hacen algo útil. Nosotros, aparte del fútbol, vamos de perol.
—¿Qué nos falta?
—Industrializar todo su gran potencial agrícola, ganadero y artesanal.
—Cela decía que los de Córdoba no son ni españoles ni andaluces: son cordobeses. ¿Lo suscribe?
—Yo soy español por encima de todo. Y luego andaluz.
—Cela lo decía irónicamente por nuestra singularidad.
—Pero hay que luchar contra eso. No podemos reírle las gracias a un gran defecto que tenemos.
—El presidente de la patronal ha dicho que tras un año del PP no ha cambiado nada en la ciudad. ¿Exagera?
—Han sido unas palabras poco acertadas por parte de Carreto, que es, por cierto, íntimo amigo mío. ¿Qué hace un empresario de derechas tirando abiertamente contra un alcalde de derechas? Díselo en privado.
Su interés por el patrimonio histórico lo empujó a presidir durante veinte años la Asociación Española de Amigos de los Castillos (1986-2006) y participó directamente en la rehabilitación de alguna de estas formidables fortalezas, como la de Villa del Río o El Carpio. También ha dirigido la restauración de las Ermitas de Córdoba, la Torre del Reloj de Adamuz o el Convento de Santa Clara en Montilla.
—¿Usted también vive pendiente de la prima de riesgo?
—La culpa de este problema no es ni más ni menos que hemos diseñado una forma de vida que no nos la podíamos permitir. Las 17 autonomías, si se quedaran en una décima parte de su coste, todavía iban sobrando.
—¿Vivimos en un estado de histeria?
—Necesitamos un revulsivo político a nivel nacional que diga: «Esto ya se ha terminado: a trabajar todo el mundo».
—¿Cómo se sale de ésta?
—Como siempre. ¿Cómo se salió después de la guerra civil? Trabajando y con humildad.