BLAS MOYANO: La ejemplar Trayectoria de un Gran Pintor Villarense.

(Autor: Rafael Muñoz Moreno, Revista de Feria-1.986)

Blas Moyano Rosauro, nace en el 1913, en nuestro querido Villa del Río; es un caso insólito de artista salido de las entrañas del pueblo y que superando toda clase de dificultades, se encumbró en el campo del arte, no sólo gracias a su tesón sino tambien de su talento; por estas cualidades tiene protagonizada esa brillante historia puramente pictórica, pese al dato anecdótico, de que nuestro gran pasiano Blas Moyano no ha asistido a escuelas de Arte alguna.

El talento de Blas Moyano, es reconocido en nuestro país y también por distintas naciones europeas y, cómo no, también por sus propios paisanos.

Blas Moyano, comenzó tempranamente su vocación por el arte; tendría nueve o diez años, cuando empezó a pintar, sobre las paredes de las fachadas de las casas de nuestra Villa, siendo echado a escobazos por las mujeres de las viviendas, en un lienzo sin bastidor; fue la primera vez que intentó la aventura del óleo, haciendo los colores con papeles de seda mojados en agua.

A los 17 años se dedicó en serio a pintar; en sus comienzos simultáneos – como hace actualmente- la pintura y sus obras maestras de murales.

Blas Moyano, es un pintor que busca el carácter, ante todo, pretendiendo que la pincelada logre su poder definidor. Con ese concepto basado también en el dominio del dibujo y la sensibilidad cromática, en el valiente despliegue de la pasta de colores y en el equilibrio de la composición.

Su temática preferida es la del mundo rural campesino, como se deduce de los títulos de las obras, así como las escenas costumbristas. Le interesa el mundo religioso, y el relacionado con el duro trabajo rural. Sus cuadros de campesinos son logradísimos visiones de la vida de su pueblo, tanto en sus matices vegetales como animales.

El concepto pictórico de este gran villarense puede encajarse dentro de los postulados de autodidacta e impresionismo, pasando por el tamiz de su recia personalidad, tanto en su forma como en su luz.

De este gran villarense me atrae su técnica y su manera de hacer los murales, siendo creador de una técnica donde conjuga el cemento con los colores, dándole a sus obras, además de una gran belleza, una resistencia indeformable.

Sus numerosas y grandes obras, que enriquecen las numerosas colecciones oficiales, particulares y también en los templos parroquiales, que simbolizan una labor de más de medio siglo como pintor y muralista, que compone la magnifica trayectoria antológica de Blas Moyano. Las obras ingentes de este hombre ejemplar, para quien la pintura y murales ha sido y es su auténtica voz. Este veterano pintor que no ha sido nunca hombre de retaguardia, sino que su puesto ha estado siempre en la primera línea de toda dinámica. El resumen de cincuenta y tantos años del quehacer de un artista eminentemente nacional e internacional, trabajador y sencillo, que no ha vivido quemando estampas con extravagancias ensayadas en el espejo de fondo de la vanidad.

Su extraordinaria y amplia trayectoria artística, supone una recapitulación de todo el sentido de la pintura y arte que este extraordinario artista villarense ha venido ejerciendo, donde ha llevado la bandera de la meditación y la acción. Bandera importante ésta, puesto que la efímera barrera del puro escándalo para instalarse en la gran historia de la verdadera continuidad, en lo actual y en lo museable.

Blas Moyano es uno de los villarenses ejemplares, que con sus obras creadoras, ha paseado el nombre de su pueblo prácticamente por toda la vieja Europa. Algo que es necesario destacar de este villarense, que en muchas de sus exposiciones a lo largo de su vida, es su expresión y preocupación social, las situaciones relacionadas con el ser humano en sus tareas campesinas y las maravillosas panorámicas de nuestro encantador pueblo, lo que viene a demostrar que de ese confuso mundo que es lo social en el arte, donde refleja nuestro artista la sincera y serena actitud sobre su tierra y sus gentes.

Hay que recordar que Blas Moyano, persona incansable, artístico, humanitario, defensor del patrimonio villarense, y de su total apoyo cultural a entidades locales, con sus donaciones.

Por todo esto y otras muchas cosas de las que podría escribir y hablar largo – no en balde, pese a la diferencia de edad, entre Blas Moyano y mi persona-, le conozco y he hablado con él de todas estas inquietudes.

Merecidísimo y de gran valía, ha sido su recientemente nombramiento y con ello el título de Hijo Predilecto de nuestra Villa, donde el reconocimiento oficial y popular a este gran villarense, es un acto de Justicia y Gloria de su pueblo, con cariño y amistad, sobre este ilustre paisano.

Artista de fabulosa calidad humana, de larga trayectoria, jalonada de amargas vicisitudes y de tenaz dedicación a la creación artística a lo largo de más de medio siglo, expone orgullo de este pueblo por su titánico esfuerzo de un hombre artístico, que ha paseado por todo el continente Europeo la bandera de su tierra villarense, con sus obras maestras.

Una visita al nuevo Ayuntamiento

(Autor: Carlos Clementson. Revista de Feria 1986)

La reconstrucción y restauración del antiguo y derruido castillo medieval villarense e iglesia aneja, ara su conversión en flamante y hermoso Ayuntamiento de la Villa –restauración cargada de sabor de época y moderno confort- por su significación en nuestra vida provincial, es un acontecimiento que nos induce a distintas reflexiones.

No es frecuente, mejor dicho, es casi insólito, que una vieja fábrica destartalada y notoriamente ruinosa, como el complejo histórico villarense, sufra un tan profundo proceso restaurados hasta el punto de convertirse en un edificio nobilísimo, bello y lo que es igualmente considerable, apto para su uso público como Ayuntamiento de la ciudad.

Si a muchos de nosotros, hace sólo algunos años, nos hubiera sólo presentado alguna de las imágenes arquitectónicas que hoy cualquier convenio puede ver ante sí, hubiéramos dudado de lo que veíamos. Nos hubiera parecido un espejismo, un espejismo de rigor estético y de armonía mas solo una quimera. O todo lo más, una utopía; un sueño local de difícil, casi imposible realización.

Pero el prodigio, unos años después se ha materializado, ha cobrado cuerpo y compostura, y la antigua fábrica renovada ha venido a enriquecer bellamente nuestro patrimonio común.

Nuestra clara Villa fluvial –blanco lebrel recostado a las verdes márgenes del Guadalquivir- no es lugar de vetusta o acrisolada solera histórica, abundante en generosos vestigios del pasado, como otros núcleos provinciales de asentamiento antiguo. Nuestro pueblo es joven, y como joven, dinámico, esforzado y creativo, con más empuje hacia el futuro que nostálgicas añoranzas del pasado, tantas veces esterilizadoras y frustrantes.

Pero esta savia juvenil y esta limpia mirada abierta hacia el mañana no le llevan a renunciar a ninguna de sus más íntimas señas de identidad en el tiempo. Y si no puede alardear del prestigioso acervo histórico-artístico de otras localidades de la provincia, si sabe reivindicar y revalorizar los contactos vestigios arquitectónicos que justamente lo ennoblecen; vestigios que si no muy nomerosos, si al menos lo son de gran belleza plástica, de honda significación, y de muy señalada y expresiva localización a la vista del visitante o del viajero.

Puerta oriental de la provincia, nuestro armónico y grácil puente romano saluda al turista azacaneado de la Nacional IV con el permanente prodigio de sus piedras, maduras y doradas por el sol de los siglos.

Frente al ajetreo y la prisa del tráfico automovilístico, la quietud y la noche serenidad de las piedras labradas pronuncian su elección, sintiendo bajo la curva de sus arcos, el fluir sosegado y casi imperceptible del tiempo: Lección de sabiduría romana y permanencia; expresión de nuestra radical latinidad cordobesa.

Y así, el viajero que se adentra en nuestra provincia sabe, porque esas viejas piedras se lo dicen en el noble lenguaje del Lacio, que está pisando suelo y tierra romanos. Se lo dice con la antigua “virtud de las piedras labradas” en las que creía el poeta.

Si levanta luego los ojos hacia los opimos olivares del Monte Real, de verdor casi funeral y plata vivida, descubrirá la nítida ermita campesina de Nuestra Señora de la Estrella, ese entrañable prodigio popular de arquitectura dieciochesca que le dará razón de nuestras raíces cristianas y barrocas.

Y unos cientos de metros delante, junto a la misma carretera, en el centro mismo de nuestro pueblo – si no es la primera vez que lo atraviesa- , casi se frotará los ojos este año al contemplar cómo al mismo costado de su automóvil se alza, flamante, sólida y armónica, una nueva construcción de históricos empaque y armoniosa apostura: nuestro nuevo Ayuntamiento y rescatado castillo árabe, que le dará razón de esa otra raíz de nuestra estirpe, la omeya y califal, que no mora; la que reelaboró y difundió en Occidente el legado luminoso de la tradición.

Y casi sin dar crédito a sus ojos, habituados de años atrás a contemplar sólo unas ruinas anodinas como hay tantas, quizá detenga su vehículo y se acerque a la plaza bien dispuesta, y se recree en la renovada belleza de la artística fachada, y pregunte, y casi se quede con las ganas de penetrar en el acogedor recinto, o entre en él; y allí podrá apreciar la excelente acomodación lograda por los arquitectos José Luis Lope y Jaime Alvear, del ayer destartalado ámbito en aras de una necesaria utilidad pública. Y se sorprenderá de la noche prestancia de la escalinata, y de la amplia y lograda sala capitular, y gozará de la dilatada panorámica del Guadalquivir y de su vega, y de la Sierra remota, y entonces podrá ver cómo esta empresa es obra de todo un pueblo, de un pueblo joven y animoso que mira al futuro en confianza, y sabe hacer de su pasado, que también lo tiene, algo fecundo, actuante, útil y ejemplar; una palanca del presente para levantar su futuro.